domingo, 17 de abril de 2011

Airventure 2009

Existen dos variedades de pilotos: aquellos que llevan en su sangre la necesidad de volar por la misma razón que necesitan, dormir, comer o respirar, y aquellos que lo  hacen simplemente por tarea, por obligación o porque no tienen otra alternativa. 


Los últimos, por lo general, llegan a la profesión por casualidad o bien por otra forma no planeada.    

A menudo los primeros traen la inquietud desde la niñez, cuando veían en los  aviones algo notable, místico,sublime quizá. Muchos de estos empezaron de pequeños a construir modelos de aeroplanos o acumulando fotos, posters o cualquier otra colección con motivos aéreos. Conocían las especificaciones y datos de cualquier avión con lujo de detalles.   

Cuando crecen y tienen  la fortuna de realizar su sueño de niñez, disfrutan enormemente su trabajo. Se sienten -son- los hombres más afortunados del planeta. “Los Pilotos son una clase aparte de humanos. Ellos abandonan todo lo mundano para purificar su  espíritu en el cielo, y únicamente retornan a la tierra tras recibir la comunión de lo infinito.”   

Este grupo conoce la diferencia entre volar para vivir y vivir para volar. 

La aviación les enseña orgullo como también humildad y, a pesar de que volar es un  hechizo, ellos caen voluntariamente víctimas de su maleficio.   

Cuando en tierra y durante días soleados, observan continuamente el firmamento añorando estar allí. Durante días lluviosos y nublados, recrean los procedimientos de  vuelo en sus mentes. El piloto sabe que el  mejor simulador de vuelo está en él mismo, en su imaginación, en su actitud, porque la mente del piloto está siempre abierta a elementos nuevos y comprende que para volar necesita creer en lo desconocido. 

No  obstante, los pilotos son hombres lógicos, calmados, disciplinados, que por necesidad precisan pensar claramente. De otra manera, se arriesgan a perder violentamente la vida. Al sentarse en la cabina, el verdadero piloto no ata su cuerpo al cuerpo del avión sino todo lo contrario: a través del arnés, él amarra el avión a sus espaldas, a su completa anatomía. Los controles de la aeronave pasan a ser una extensión de su persona. Esta simple acción une al hombre y al aparato en la simetría de una sola entidad, en una mezcla única e indescifrable. Cada vibración, cada sonido, cada olor tiene sentido, y el piloto los interpreta  apropiadamente. 

No hay duda de que el motor es el corazón del avión, pero el piloto es el alma que lo gobierna.   

Los pilotos no ven a sus objetos de afecto como máquinas. Por el contrario: son formas vivientes que respiran y poseen diferentes personalidades. Por momentos, dialogan y hasta riñen con ellos. 

Estos seducidos mortales perciben en los aviones unas dotes de belleza incondicional.   

Porque nada estimula más los sentidos de un aviador que la forma exquisita de una  aeronave. No lo puede evitar: está infectado por el sortilegio y vivirá el resto de su vida cautivado por el embrujo de su belleza.  

Para el piloto, percibir un avión es como hallar a un familiar perdido, una y otra vez.

Cuando el destino trágico muestra su inexorable presencia y se pierden vidas en infortunios aéreos, la esencia del piloto se entristece por lo acontecido. Mas no podrá evitar, quizá por un infinitesimal segundo, que la sombra de su pensamiento se remonte al aparato y un golpe de aflicción, por el “amigo” caído, le sea irrefrenable.    

Para el aviador, el rugido de pistones es una espléndida sinfonía, el tronar de un jet representa la síntesis de la fuerza. No hay aviones peligrosos sino solamente aviones piloteados de manera inadecuada.

Para él, los aeropuertos son altares al talento humano donde tienen lugar diariamente desafíos y milagros ante la energía de la naturaleza y la fuerza de la gravedad.Son lugares sagrados donde el ritual de volar es exaltado y glorificado, donde caminos y fronteras se contraen y el mundo empequeñece. En los que igual se llora de alegría que de tristeza. En donde nacen esperanzas y sucumben ideales. En los que se  evocan sitios lejanos y se añoran ausentes queridos. En donde en el sonido del silencio habitan los recuerdos y las hazañas de gigantes.   

En el aire, el piloto está en su elemento: es su hogar, el sitio al que pertenece. Es allí donde él logra liberarse de las esclavitudes que lo sujetan a la tierra. Es un obsequio de los dioses, que el aviador acepta con respeto y alegría.   

Este privilegio le permite escalar las prodigiosas montañas del espacio y alcanzar dimensiones en el firmamento que otros mortales no han alcanzado.  

Este regalo le permite apreciar la perfección del Creador y la absurda pequeñez de los humanos. Le permite, igualmente, reconocer que nadie ha visto la montaña hasta que ve su sombra desde el cielo.   

Distinguir una persona que ha fundido su alma con la aviación es fácil: en medio de un gentío, al pasar un avión, su mirada se tornará inmediatamente al firmamento en su búsqueda y no descansará hasta tener a la vista el objeto de su distracción. No importa cuántas veces haya visto el mismo avión, necesita volver a verlo. Es algo  inconsciente y le nace espontáneamente.  

Quizá los pilotos  puedan explicar los elementos físicos de vuelo, pero describir lo que le ocasionan a su existencia les resultará imposible, porque explicar la magia de volar esta más allá de las palabras…   

“Papá, dejé mi corazón  allá arriba.”  Francis Gary Powers, famoso piloto de la USAF, quien fue derribado sobre la Unión Soviética en 1960, describiendo su primer vuelo a la edad de  14 años.  

AHORA, PONGANLE LOS PARLANTES A FULL, DEJEN QUE EL SIGUIENTE VIDEO SE CARGUE COMPLETO Y QUE EL ESPÍRITU AERONÁUTICO LES HAGA DISFRUTAR DE ESTE REGALO: EL AIRVENTURE 2009- USA.